[«Anarquismo ante los nacionalismos» de Julio Reyero, último capítulo del libro ANARQUISMO FRENTE A LOS NACIONALISMOS en el que el compañero utiliza las mismas preguntas que se hacen en los artículos «Anarquismo frente a los nacionalismos» de Juan Pablo Calero (pp. 53-63) y «Preguntas y respuestas» de Tomás Ibáñez (pp. 113-127), del que aquí os ponemos un extracto:]
Por JULIO REYERO
El anarquismo es una ideología con unas bases bastante sencillas de entender, con unas consecuencias lógicas derivadas de estas bases que no deberían generar demasiadas dudas y, posteriormente, con tantos matices que no en vano muchas veces se ha utilizado el plural, hablando de anarquismos.
Hay dos cosas que son de ineludible cumplimiento conjunto: Socialización de los bienes de producción aboliendo la propiedad privada. Esta es la parte «de familia» que, al menos en teoría, compartimos con socialistas y comunistas. No hay libertad posible si no hay justicia social repartiendo el producto del trabajo, siendo aceptada mayoritariamente la fórmula enunciada por Kropotkin «a cada uno según su necesidad y de cada uno según su capacidad».
Libertad en ningún caso sometida a autoridad política alguna. La garantía económica de la vida, el suministro de las condiciones materiales para el desarrollo físico de la persona, no deja de ser esclavitud si no se eliminan las ataduras a su movilidad, expresión, decisión y pensamiento.
Dicho de otro modo, no hay igualdad posible si no es desarrollada en libertad. Esta reivindicación ha sido compartida en ocasiones por algunas ramas del liberalismo radical (en no pocos casos de forma hipócrita).
Cualquier asunción únicamente de una de las dos premisas por separado desemboca inevitablemente en dictadura o desigualdad criminal. No estaríamos hablando en ningún caso de anarquismo.
La identificación con las ideas anarquistas se complementa con un sentimiento de comunidad o cercanía con todos aquellos grupos o individuos que siguiendo estas premisas han luchado por su desarrollo y aplicación tanto desde el plano teórico como desde la más rabiosa práctica.
En muchos casos la represión sobrevenida al pensamiento y al desarrollo material del anarquismo ha generado héroes, villanos, épicas e historias dramáticas que han contribuido a calentar también los sentimientos tras una identificación racional con las ideas.
Evidentemente no son revolucionarias todas las movilizaciones. Como no lo son, y esto hay que repetirlo bien alto lamentablemente, todos los ataques a la policía, ni todos los manifestantes encapuchados, ni todos los lanzamientos de cócteles molotov. Es algo obvio que no debería ser necesario ejemplificar, pero por si acaso todos hemos visto miles de personas manifestándose contra el aborto o a favor de la familia tradicional, o si queremos mirar un poco más lejos podríamos acordarnos de las protestas en Ucrania que consiguen derribar al gobierno accediendo al mismo uno de los principales partidos que lideraba las protestas. El resultado fue un gobierno trufado de ultraderechistas y oligarcas, el país dividido, los sueldos por los suelos y los jóvenes saliendo disparados hacia otros países de Europa huyendo de la miseria. ¿Alguien se acuerda de la «revolución islámica» que derribó una monarquía en Irán y su desarrollo posterior? La guerra por la independencia irlandesa, una vez lograda, se llevó por delante una gran parte del poder adquisitivo de las pensiones, derechos de las mujeres como el aborto o el divorcio, y acabó dando muchísimo más poder a la Iglesia católica, que se tradujo por ejemplo en el envío de tropas a Franco para apoyar la Santa Cruzada contra los revolucionarios ateos.
Más que unos mínimos que debería cumplir toda movilización, para que cuente si no con el apelativo de revolucionaria sí con nuestra simpatía, habría que atender a los fines que persigue esa movilización y por supuesto a los medios. Ha habido multitud de protestas y movilizaciones surgidas desde fuera del movimiento libertario, y que lógicamente lo trascendían, que no hemos dudado un segundo en respaldar, como por ejemplo las protestas contra el bulevar en el barrio burgalés de Gamonal hace unos años, contra el muro ferroviario en Murcia, o la lucha de las camareras de hotel autodenominadas «las Kellys». Todo aquello que contribuya a la consecución de una mejora material o a mayores cuotas de libertad debería contar con nuestro apoyo siempre y cuando no suponga un deterioro de las condiciones de vida de otros o se utilicen medios inaceptables para su obtención. Que los medios y los fines tienen que estar en consonancia es algo que ha exigido el anarquismo históricamente, incluso con las contradicciones que haya cometido.
El sujeto político, al menos en el anarquismo, debe ser el ciudadano o, si queremos evitar ese término en discusión, la persona. Si dotamos de derechos a la persona no podrá existir discriminación que no sea una evidente vulneración de los mismos, además del hecho de la realidad demostrable del sujeto «persona». Si afirmamos la nación como sujeto político pueden perfectamente vulnerarse derechos individuales como estamos viendo todos los días. La nación es un concepto subjetivo y exige un grado de uniformidad mayor o menor pero que siempre acabará chocando con la libertad individual, por supuesto, incluso con libertades de grupos étnicos más pequeños. Lo hemos visto con la nación argentina respecto a los mapuches, y lo veríamos con toda seguridad con el valle de Arán en una Cataluña como nación independiente. ¿Y cuál es la solución del nacionalismo ante la gente que no se siente identificada por la nación que se pretende crear pero están dentro de su supuesto territorio? La imposición por la fuerza, no hay duda, y en casos extremos la limpieza étnica como hemos visto, por ejemplo, en los Balcanes no hace tantos años.
Dotar a la nación de derechos y reconocerla como sujeto político es una formulación extraña al anarquismo, o dicho de otro modo, es más bien familiar al poder que aspira a dirigir los destinos de las personas que integran esa nación. Es a ellos a quienes sirve esa forma de estructurar el pensamiento y la realidad territorial.
De todos modos, hay que tener claro que los derechos humanos solamente se garantizan en una sociedad libre y económicamente justa, algo que obviamente el capitalismo vulnera inevitablemente por su propia esencia.
El cosmopolitismo o internacionalismo es la reivindicación de la fraternidad humana por encima de las fronteras y por tanto la negación de las mismas como elemento diferenciador. El significado de un exabrupto como «independentismo sin fronteras» podríamos preguntárselo a su autora, pero fuera de su pretensión poética como oxímoron (me gusta mucho más la «ardiente oscuridad» de Buero Vallejo, o «el cadáver exquisito» de Bretón) es un sinsentido político.
Es más importante hoy que nunca recordar que la globalización hay que favorecerla, pero siempre desde un punto de vista libertario luchando contra el impulso identitario que es el caldo de cultivo perfecto para el neoliberalismo y la extrema derecha y que está creciendo considerablemente en muchos países (EEUU, Polonia, Austria...).
Creo sinceramente que la necesidad imperiosa ahora mismo es volver a centrar el discurso de nuevo en el conflicto de clase, los bajos salarios, las jornadas laborales eternas, el paro, la vivienda en medio de otra nueva burbuja, la vigente ley mordaza y los nuevos intentos de restringir la libertad de expresión en la red, el aumento de la edad de jubilación, el aumento del presupuesto militar, la reclusión de población migrante en CIE sin cometer ningún delito, etc., que además de ser los problemas reales de la mayor parte de la población catalana, son también los del resto del país como mínimo.
El hecho de que todo esto haya pasado a un segundo plano respecto al derecho a decidir, al derecho de autodeterminación, o peor aún, que se haya elaborado la falacia de que estas formulaciones resolverán aquellos problemas y no la lucha organizada e inmediata contra la clase social que los provoca o los impulsa (por muy catalana que sea), trae como consecuencia una progresiva derechización de los trabajadores como está ocurriendo en países como Polonia, Hungría, Austria, Alemania o Francia. El abandono de un discurso centrado en sus problemas reales o la traición histórica de la izquierda ya sea enfangada en la corrupción o por el incumplimiento sistemático de toda promesa, ha hecho que nos hayamos visto en la situación actual de recortes sociales y de reducción de las libertades.
VV. AA.
(2018)