París.
Si la campaña presidencial de 2016 fue una desgracia nacional, la reacción de los perdedores es un espectáculo aún más vergonzoso. Parece que la máquinaria política que apoya a Hillary Clinton no puede soportar perder unas elecciones.
¿Y por qué?
Porque que están decididos a imponer la hegemonía "excepcional" de los Estados Unidos en todo el mundo, usando cambios de régimen respaldados por los militares, y Donald Trump parece dispuesto a estropear sus planes. Todo el establishment occidental, compuesto en gran medida por ideólogos neoconservadores, intervencionistas liberales, poderes financieros, la OTAN, los principales medios de comunicación y políticos tanto en los Estados Unidos como en Europa Occidental, que e comprometió a reorganizar el Oriente Medio para satisfacer a Israel y Arabia Saudita, han caido en un pánico histérico ante la perspectiva de que su proyecto conjunto de globalización sea saboteado por un intruso ignorante.
El deseo explícito de Donald Trump de mejorar las relaciones con Rusia arroja una llave inglesa a los planes respaldados por Hillary Clinton para "hacer pagar a Rusia" por su mala actitud en Oriente Medio y otros lugares. Si hiciera lo que ha prometido, eso podría ser un duro golpe para el agresivo despliegue de la OTAN en las fronteras europeas de Rusia, sin mencionar las graves pérdidas de la industria armamentista estadounidense, que planea vender miles de millones de dólares de armas superfluas a los aliados de la OTAN con la excusa de la "amenaza rusa".
Los temores del partido de la guerra pueden ser exagerados, ya que los nombramientos de Trump indican que la afirmación de que EEUU es una nación "excepcional" e indispensable probablemente los altos mandos sobrevivirá a los cambios en lo alto del escalafón. Pero el énfasis puede ser diferente. Y los que están acostumbrados al dominio absoluto no pueden tolerar ese desafío.
Malos perdedores de las altas esferas
Los miembros del Congreso de Estados Unidos, los principales medios de comunicación, la CIA e incluso el Presidente Obama se han engañado a sí mismos y a la nación al afirmar que la camarilla Clintonita perdió por culpa de Vladimir Putin. En la medida en que el resto del mundo se tome en serio estos lloriqueos, aumentará aún más el ya considerable prestigio de Putin. Si es cierto, la noción de que la piratería moscovita podría derrotar al candidato favorito de la todo el establishment del poder de EEUU sólo puede significar que la estructura política de los Estados Unidos es tan frágil que la filtración de unos pocos correos electrónicos puede causar su colapso. Un gobierno notorio por husmear en la comunicación privada de todo el mundo, así como por derrocar a un gobierno tras otro por medios menos sutiles y cuyos agentes se jactaban de asustar a los rusos para reelegir a Boris Yeltsin en 1996, que era inmensamente impopular, ahora parece estar llorando patéticamente , "¡Mamá, Vlady está jugando con mis juguetes de hackear!".
Por supuesto que los rusos preferirían naturalmente a un presidente estadounidense que quiera evitar abiertamente la posibilidad de iniciar una guerra nuclear con Rusia. Eso no hace que Rusia sea "un enemigo", es sólo un síntoma de sentido común. Tampoco significa que Putin sea tan ingenuo como para imaginar que Moscú podría decantar a su favor las elecciones con unos cuantos trucos sucios. Los actuales líderes rusos, a diferencia de sus homólogos de Washington, tienden a tener una visión más a largo plazo, en lugar de imaginar que el curso de la historia puede ser cambiado por una cáscara de plátano.
Todo este miserable espectáculo no es más que una continuación de la rusofobia explotada por Hillary Clinton para distraer de sus múltiples escándalos. Como la peor perdedora de la historia electoral de Estados Unidos, debe culpar a Rusia, en lugar de reconocer que había múltiples razones para votar en contra suya.
La máquina de propaganda ha encontrado una respuesta a las informaciones desagradables: tienen que ser "fake news" (noticias falsas, AyR). Los teóricos de la conspiración de Washington se están superando esta vez. Los frikis rusos supuestamente sabían que al revelar unos pocos mensajes internos del Comité Nacional Demócrata, podrían asegurar la elección de Donald Trump. ¡Qué clarividencia más tremenda!
Obama prometió represalias contra Rusia por tratar a los Estados Unidos de la manera en que los Estados Unidos tratan, por ejemplo, a Honduras (e incluso a la propia Rusia hasta que lo impidió Putin). Putin replicó que hasta donde él sabía, EEUU no es una república bananera, sino una gran potencia capaz de proteger sus elecciones. Washington lo está negando a gritos. Los mismos medios de comunicación que vendieron lo de las "armas de destrucción masiva" de Saddam están ahora difundiendo la absurda teoría de la conspiración con caras serias.
Cuando las agencias de inteligencia toman conciencia de las actividades de las agencias de inteligencia rivales, generalmente guardan esa información para sí mismas, como parte del juego mutuo del espionaje. Al difundir esta increible historia han demostrado que el objetivo era persuadir a la población estadounidense de que la elección de Trump es ilegítima, con la esperanza de derrotarlo en el colegio electoral o, si eso fallase, de paralizar su presidencia al etiquetarle el ser un "secuaz de Putin".
Malos perdedores de las capas bajas de la sociedad
Al menos los malos perdedores de las altas esferas saben lo que están haciendo y tienen un propósito. Los malos perdedores de las capas bajas de la sociedad en el fondo están expresando emociones sin objetivos claros. Es una engañosa auto-dramatización el llamar a la "Resistencia" como si el país hubiera sido invadido por extraterrestres. El sistema electoral de Estados Unidos es anticuado y extraño, pero Trump respetó las reglas del juego. Hizo campaña para ganar en las "Regiones Bisagra" (los llamados 'Swing States’ de EEUU, donde ningún partido tiene una mayoría clara pero quien gana en ellos obtiene la victoria en las elecciones, AyR), y no una mayoría de la población, y lo logró.
El problema no es Trump, sino un sistema político que reduce la participación de la población en las elecciones a dos candidatos odiados, respaldados por grandes cantidades de dinero.
Sea lo que sea lo que piensen y crean los manifestantes anti-Trump, en su mayoría jóvenes, en las calles dan una imagen de mocosos malcriados de la sociedad de consumo hedonista que se enfadan cuando no consiguen lo que quieren. Por supuesto, algunos están genuinamente preocupados por amigos que son inmigrantes ilegales y temen ser deportados. Es muy posible organizarse para defenderlos. Los manifestantes pueden ser partidarios de Bernie Sanders muy decepcionados pero, les guste o no, sus protestas equivalen a una continuación de los temas dominantes en la campaña electoral negativa de Hillary Clinton. Ella se centró en el miedo. Al carecer de un programa económico que respondiera a las necesidades de millones de votantes que mostraban su preferencia por Sanders, y para aquellos que se interesaban por Trump simplemente debido a su vaga promesa de crear empleos, su campaña exageró las tendencias más políticamente incorrectas de Trump, creando la ilusión de que Trump era un racista violento cuyo único programa era despertar el odio. Peor aún, Hillary estigmatizó a millones de votantes acusándoles de ser "un cúmulo de deplorables racistas, sexistas, homofóbos, xenófobos, islamófobos, como les quieras llamar". Estas declaraciones fueron hechas en una manifestación LGBT, como parte de su campaña política identitaria para ganar votantes entre las minorías, difamando a la menguante mayoría blanca. La premisa de la política de identidad es que las minorías étnicas y sexuales están oprimidas y son por tanto moralmente superiores a la mayoría blanca, que es el opresor implícito. Es esta tendencia a clasificar a las personas en categorías moralmente distintas que lo que enfrenta a los estadounidenses unos contra otros, tanto -o más- que la hipérbole de Trump sobre los inmigrantes mexicanos o islámicos. Ha servido para convencer a muchos devotos de la corrección política que considerar a los estadounidenses de clase trabajadora blanca de las "flyover regions" (el territorio se EEUU situado entre las dos costas de EEUU, predominántemente rural, AyR) como invasores enemigos que amenazan con enviarlos a todos a los campos de concentración.
Aterrorizados por lo que pueda hacer Trump, sus oponentes tienden a ignorar lo que estos patosos están haciendo en realidad. La última rabieta de la campaña clintonita, culpar de la derrota de Hillary a "Fake News" supuestamente inspiradas por El Enemigo –Rusia- es una forma de la creciente campaña para censurar la Internet -anteriormente para combatir la pornografía infantil o el antisemitismo-, y con el pretexto de combatir "Fake News", es decir, todo aquello que vaya en contra de la línea oficial. Esta amenaza a la libertad de expresión es más siniestra que el machismo de Trump típico de un vestuario de onceañeros.
Habrá y tiene que haber una fuerte oposición política feente a cualquier política doméstica reaccionaria que sea adoptada por la administración Trump. Pero esa oposición debe definir los temas y trabajar para alcanzar objetivos específicos, en lugar de expresar un rechazo global que no vale para nada.
La histérica reacción anti-Trump es incapaz de comprender las implicaciones de la campaña electoral para culpar a la derrota de Hillary sobre Putin. ¿Los niños de la calle quieren realmente la guerra con Rusia? Lo dudo. Pero no se dan cuenta de que, pese a todos sus flagrantes errores, la presidencia de Trump ofrece una oportunidad de evitar una guerra con Rusia. Esta es una ventana de oportunidad que se cerrará de golpe si se salen con la suya el establishment clintonita y el "Partido de la Guerra" (War Party, aquellos sectores del establishment más favorables a un enfoque belicista en la política exterior de EEUU, AyR). Tanto si se dan cuenta como si no, los manifestantes callejeros están ayudando a ese sector del establishment a delegitimatizar a Trump y sabotear el elemento positivo en su programa: la paz con Rusia.
Correcciones en la lista de enemigos
Por sus preferencias fatalmente erróneas en el Medio Oriente y en Ucrania, el establishment de la política exterior de Estados Unidos se ha dirigido hacia una confrontación con Rusia. Incapaz de admitir que los EEUU apostaron por el caballo equivocado en Siria, el Partido de la Guerra no ve otra opción que demonizar y "castigar" a Rusia, con el riesgo de hundirse en el vasto arsenal de armas nucleares del Pentágono. La propaganda antirusa ha llegado a extremos superiores a los de la Guerra Fría. ¿Qué puede poner fin a esta locura? ¿Qué puede servir para crear actitudes y relaciones normales con respecto a esa nación orgullosa que aspira primordialmente a ser simplemente respetada y a promover el derecho internacional anticuado basado en la soberanía nacional? ¿Cómo pueden los Estados Unidos hacer las paces con Rusia?
Está claro que en la América capitalista y chauvinista no hay perspectivas de cambiar a una política de paz poniendo a David Swanson a cargo de las relaciones exteriores de Estados Unidos, por deseable que sea.
Desde un punto de vista realista, la única manera que la América capitalista pueda hacer la paz con Rusia es a través de negocios capitalistas. Y eso es lo que Trump propone hacer.
Un poco de realismo ayuda cuando se trata de hacer frente a la realidad. La elección del director ejecutivo de Exxon Rex W. Tillerson como Secretario de Estado es el mejor paso para terminar con la actual carrera hacia la guerra con Rusia. "Hacer dinero y no la guerra" ('Make money not war', adaptación del lema pacifista 'Make love no war' –Haz el amor y no la guerra- de los manifestantes contra la Guerra de Vietnam, AyR) es el lema pragmático americano en favor de la paz en esta etapa.
Pero la "resistencia" a Trump no es probable que apoye esta política pragmática de paz. Ya está encontrando oposición en el Congreso, que ama la guerra. En lugar de ello, gritando "¡Trump no es mi Presidente!", Los izquierdistas desorientados están reforzando sin darse cuenta esa oposición, que es peor que Trump.
Evitar la guerra con Rusia no transformará a Washington en un refugio de dulzura y luz. Trump es una personalidad agresiva, y las personalidades agresivas oportunistas del establishment, en particular sus amigos pro-Israel, le ayudarán a redirigir la agresividad estadounidense en otras direcciones. El apego de Trump a Israel no es nada nuevo, pero parece ser particularmente intransigente. En ese contexto, las palabras extremadamente duras de Trump para Irán son siniestras, y solo podemos tener la esperanza de que también en este caso se aplique su rechazo declarado a las guerras del "cambio de régimen" (Regime Change, el derrocamiento por todos los medios de gobiernos contrarios a los intereses de EEUU, AyR). La retórica anti-China de Trump también suena mal, pero a la larga hay poco que él o Estados Unidos pueden hacer para impedir que China vuelva a ser la "nación indispensable" que solía ser durante la mayor parte de su larga historia. Los acuerdos comerciales más duros no conducirán al Apocalipsis.
El fracaso del establishment intelectual
La lamentable imagen actual de los estadounidenses como malos perdedores, incapaces de afrontar la realidad, debe atribuirse en parte al fracaso ético de la llamada generación de intelectuales de 1968. En una sociedad democrática, el primer deber de hombres y mujeres dotados del tiempo, la inclinación y la capacidad de estudiar la realidad seriamente es compartir su conocimiento y entendimiento con personas que carecen de esos privilegios. La generación de académicos cuya conciencia política fue se alzó temporalmente por la tragedia de la guerra de Vietnam debería haber comprendido que su deber era utilizar su posición para educar al pueblo estadounidense, sobre todo sobre el mundo al que Washington propuso rediseñar y su historia. Sin embargo, la nueva fase del capitalismo hedonista ofrecía las mayores oportunidades a los intelectuales para manipular a las masas en lugar de educarlas. El marketing de la sociedad de consumo incluso inventó la nueva fase de la política de identidad, con el mercado juvenil, el mercado gay, y así sucesivamente. En las universidades, una masa crítica de académicos "progresistas" se retiró al mundo abstracto del posmodernismo, y ha terminado centrando la atención de los jóvenes en cómo reaccionar ante la vida sexual de otras personas o la "identificación de género". Este tipo de cosas esotéricas alimenta el síndrome de "publica o muere" (en la universidad quien más textos logra publicar refuerza su curriculum vitae y puede llegar más lejos, algo que ha provocado un montón de escándalos –incluso con Premios Nobel- y es una de las fuentes de la endogamia universitaria, AyR) y evita que los académicos del sector de humanidades tengan que enseñar cualquier cosa que pueda ser considerada crítica hacia el gasto militar estadounidense o sus esfuerzos fallidos para afirmar su dominio eterno sobre el mundo globalizado. La peor controversia que sale de las universidades se refiere a quién debe usar el inodoro (se refiere a la discusión en marcha en EEUU sobre eliminar los servicios separados por género másculino-femenino por otros "neutrales" en términos de género, AyR).
Si los snobs intelectuales de las costas (las costas este y oeste de EEUU, donde se concentra el establishment intelectual liberal americano, AyR) pueden burlarse con auto satisfacción de los 'deplorables' pobres de las "flyover regions", es porque ellos mismos han ignorado su deber social primario de buscar la verdad y compartirla. Regañar a la gente por sus actitudes "erróneas" mientras difunden el ejemplo social de la promoción personal sin restricciones sólo puede producir la reacción anti-élite llamada "populismo". Trump es la venganza de las personas que se sienten manipuladas, olvidadas y despreciadas. Por muy deficiente que pueda ser, es la única opción que tenían para expresar su revuelta ante una elección podrida. EEUU está profundamente dividido ideológicamente, así como económicamente. EEUU está amenazado, pero no por Rusia, sino por sus propias divisiones internas y la incapacidad de los estadounidenses no sólo de comprender el mundo, sino incluso de entenderse entre ellos.