El texto que aquí presentamos no puede considerarse anarquista en modo alguno: su autor, Chesterton, años más tarde se convirtió al catolicismo, y en el texto mismo se cuestiona la ideología anarquista. Al mismo tiempo se muestra como es el mismo Estado el que, con la excusa de combatir el terrorismo, se infiltra en los grupos terroristas y los acaba dirigiendo.
Es este un tema de permanente actualidad: en EEUU, por ejemplo, según Human Rights Watch, en casi todos los casos de terrorismo islamista había infiltrados del FBI, hasta el punto de ser imposible distinguir si estaban infiltrados para impedir atentados o para que se llevaran a cabo; en Alemania, la red terrorista neonazi NSU estaba trufada de infiltrados y colaboradores de la policía y los servicios secretos, los cuales se han dedicado a destruir documentación relacionada con el caso cuando ha salido a la luz; y recientemente se ha descubierto en España el montaje policial de una supuesta «célula islamista» inventada por un confidente.
Todo esto no son meras chapuzas, sino la punta de un iceberg. Varios ejemplos demuestran el uso del terrorismo por el estado como herramienta contra la izquierda: en EEUU, el programa Cointelpro del FBI y la Operación MHCHAOS de la CIA consistían en la infiltración de las organizaciones de izquierda para destruirlas por dentro favoreciendo tendencias extremistas; en Europa, la Red Gladio de la OTAN impulsó la «estrategia de la tensión», que consistía en la creación y/o manipulación de grupos terroristas de extrema izquierda y derecha para crear un clima de guerra civil larvada que lograse desmobilizar a la población o, en caso contrario, justificase la puesta en marcha de un golpe de Estado, como ocurrió en Chile en la última etapa del gobierno de Salvador Allende.
Es este un tema de permanente actualidad: en EEUU, por ejemplo, según Human Rights Watch, en casi todos los casos de terrorismo islamista había infiltrados del FBI, hasta el punto de ser imposible distinguir si estaban infiltrados para impedir atentados o para que se llevaran a cabo; en Alemania, la red terrorista neonazi NSU estaba trufada de infiltrados y colaboradores de la policía y los servicios secretos, los cuales se han dedicado a destruir documentación relacionada con el caso cuando ha salido a la luz; y recientemente se ha descubierto en España el montaje policial de una supuesta «célula islamista» inventada por un confidente.
Todo esto no son meras chapuzas, sino la punta de un iceberg. Varios ejemplos demuestran el uso del terrorismo por el estado como herramienta contra la izquierda: en EEUU, el programa Cointelpro del FBI y la Operación MHCHAOS de la CIA consistían en la infiltración de las organizaciones de izquierda para destruirlas por dentro favoreciendo tendencias extremistas; en Europa, la Red Gladio de la OTAN impulsó la «estrategia de la tensión», que consistía en la creación y/o manipulación de grupos terroristas de extrema izquierda y derecha para crear un clima de guerra civil larvada que lograse desmobilizar a la población o, en caso contrario, justificase la puesta en marcha de un golpe de Estado, como ocurrió en Chile en la última etapa del gobierno de Salvador Allende.
Un detalle curioso: este libro fue publicado a comienzos de 1908, poco antes de los escándalos Rull y Azeff, hoy (desgraciadamente) olvidados, y que confirmaron que lo que había escrito Chesterton era una trágica realidad. El escándalo de la red terrorista de Joan Rull destapó cómo la burguesía clerical catalana, con el apoyo de tres gobernadores civiles, se dedicaron a sembrar bombas en Barcelona durante años para utilizarlo como excusa para reprimir el anarcosindicalismo. Un ex-agente de Scotland Yard, Charles John Arrow, fue contratado para investigar quién estaba detrás de los atentados y confirmó la autoría patronal/estatal del «terrorismo anarquista», lo que dio lugar al proceso y ejecución de Joan Rull, el organizador, en agosto de 1908.
Meses más tarde, en noviembre, el Partido Social-Revolucionario ruso descubrió que el jefe de su Organización de Combate, Azef, responsable de asesinar a Pleve, ministro del Interior, y al Gran Duque Sergio, era un infiltrado de la policía secreta rusa. En este caso, Azef era un peón en una lucha de poder en la cúpula del poder zarista, que enfrentaba al primer ministro Witte y su intento de industrializar Rusia con sectores de la aristocracia favorables a un imperialismo paneslavista aliados con Inglaterra.
Sirva este texto como entretenimiento, pero también como aviso, para recordarnos que el Estado está dispuesto a todo para aplastar cualquier disidencia.