Editorial: Su Paz
Hace
tiempo fue ya un símbolo de la sensación de bienestar que el régimen
franquista intentaba crear en los cerebros y estómagos vacíos de los
españolitos. 25 años de paz, dijeron. Hoy, más de 30 años después
se celebran manifestaciones en su honor y en su defensa y todo el mundo
se rasga las vestiduras invocándola cual espíritu sobre la ouija. Pero
el pretendido espíritu sólo llega al grado de fantasma, utilizado
para atemorizar las mentes inquietas, los cerebros despiertos que se
preguntan qué habrá en la torre del castillo. Porque allí, bajo
llave, se encuentra el despilfarro de unos y la dificultad de otros para
llevar una vida digna. Se encuentran los genocidas de sangre fría y la
sangre todavía caliente de sus víctimas. Se encuentran el horror, la
barbarie y la mentira que los poderosos siembran y la rabia, la
solidaridad y la protesta instrumentos naturales de la clase social a la
que pertenecemos.
Lo
hemos dicho una y mil veces y lo seguiremos diciendo: no queremos la
paz del esclavo que nos ofre cen. No hay paz sin justicia.
Resulta
triste comprobar cómo en la búsqueda de esa justicia últimamente se
están dando gigantescos pasos hacia atrás, algo que desde donde alza
el vuelo esta publicación es fácil comprobar cada día.
El
salvajismo policial contra los trabajadores de RENFE en huelga, o contra
los ciudadanos que acudieron a encender la hoguera a orillas del
Pisuerga el 23 de junio; los rituales militares en la Plaza Mayor con
participación de civiles (juras de bandera); o la labor de captación
de ambos cuerpos (militar y policial) en las escuelas de clase
media-baja, por poner sólo algunos ejemplos, apuntalan la duda que
tenemos sobre la existencia real de paz en nuestras vidas.
Como
es lógico no tenemos la exclusividad de nada de esto en Valladolid.
Los despachos desde los que se decide de qué forma actuar están lejos,
pero a todos nos afectan sus decisiones. El 2 de junio de este año se
podía leer en la prensa la intención del ministro de la guerra
Federico Trillo de impulsar los desfiles militares, así como la
petición de un alto mando del ejército al rey para que combatiese el «rancio
antimilitarismo, envuelto en la atractiva bandera del pacifismo, sin
ser conscientes de la falta de realidad de su postura» (sic). La
realidad de la que hablaba el uniforme deben ser las bombas de Napalm
que los franceses lanzaron en poblados rurales de Argelia para
salvaguardar nuestro suministro de gas y de petróleo o las de
fragmentación y uranio empobrecido que los estadounidenses con la
colaboración de la UE repartieron en los Balcanes con generosidad.
Esta
realidad de agresión descarada en unos casos y encubierta en otros
(salarios míseros, accidentes laborales, violencia policial,
vigilancia,...) no existe desde el momento en que nos negamos a verla.
No hay más ciego que el que no quiere ver.
Y
para desmontar la fe (creencia a ciegas) en la ausencia de conflicto
que nos rodea, hemos incluído varios textos en este número. En primer
lugar una conferencia pronunciada por Agustín García Calvo bajo el
título de la portada. A continuación un artículo elaborado por el
colectivo Tritón titulado «Ejércitos Policiales», y para terminar un capítulo del libro «La Serpiente» de Stig Dagerman: «El Fleje de Hierro».
En este número también inauguramos la sección «Sin medias tintas» dedicada a reflexionar sobre la manipulación informativa de las grandes empresas de comunicación.
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