EDITORIAL: Identidades, pánico y sacrificio
Hace más de 75 años, al acabar la Segunda Guerra Mundial e iniciarse la Guerra fría, EEUU y UK pusieron en marcha una inmensa maquinaria propagandística para ahogar las voces que pedían una sociedad más igualitaria. El objetivo era apoyar cualquier corriente política o filosófica que, por debajo de su superficie ideológica, pudiese ser asimilable por el capitalismo y sirviese para hacer frente a la propaganda de Moscú. Como parte de esta operación, el gobierno británico puso en marcha el Information Research Department (IRD), para el cual George Orwell redactó su lista infame de personas simpatizantes con la URSS en el mundo de la cultura. En EEUU, la recién creada CIA creó el Congress for Cultural Freedom y puso a cargo a Tom Braden, que en su famoso artículo Estoy encantado de que la CIA sea inmoral explicó la lógica de la Guerra Fría Cultural: " (el movimiento comunista) habían robado las grandes palabras... los delegados de países subdesarrollados en la ONU asumían que cualquiera que estuviese a favor de la “paz”, la “libertad” y la “justicia” debían de estar a favor del comunismo".
La solución fue aplicar la fórmula de “la unión hace la fuerza”: con financiación de la CIA canalizada a través de organizaciones como la Fundación Ford, el capitalismo impulsó al sector de la izquierda contrario a la URSS, desde la socialdemocracia a el trotskismo y los sectores anticomunistas del movimiento anarquista, como Gastón Leval (de ello habla Peirats en sus memorias). Esta primera fase, puesta en marcha durante la etapa más dura de la Guerra Fría, cuyo objetivo era contrarrestar la influencia del comunismo sobre el movimiento obrero, fue desarticulada a finales de los 60, cuando se pasó a apoyar a la llamada “nueva izquierda”, usando las nuevas palabras de movimientos sectoriales ajenos a la lucha de clases, como el ecologismo, la homosexualidad el feminismo y los derechos humanos (para ello se creó Amnistía Internacional). En la segunda y última etapa de la Guerra Fría dichos movimientos giraban en torno a una izquierda cuyo discurso se centraba en la igualdad y la lucha de clases. Tras la desintegración de la URSS, el capitalismo justificó su hegemonía global con las nuevas palabras, que sustituyeron la defensa de la igualdad y la lucha de clases en el espacio ideológico de la izquierda por movimientos identitarios de todo tipo enfrentados entre ellos (nacionalismo/etnicismo, LGTBetc, feminismos), así como un movimiento ecologista que asumió una linea cada vez más apocalíptica y misantrópica.
Como explica en este número Fabio Vighi, el capitalismo actual se prepara para pasar a una nueva época y dejar atrás el modelo industrial, origen de la ilusión de la abundancia del modelo basado en el consumo. Como esto implica un empobrecimiento generalizado y el fin de los sistemas sanitarios, de pensiones o de educación del Estado del Bienestar, para hacer frente a la inevitable resistencia se está aplicando la doctrina del shock usando el pánico (al clima, al virus, al frío) para disciplinar a la sociedad exigiendo que se sacrifique por un supuesto “bien común”. La tarea actual de quien quiera una sociedad basada en la igualdad es organizar la resistencia contra sus planes, rechazando el miedo y odio que vomitan los colaboradores del Estado para evitar que nos organicemos. No hay tiempo que perder.
Este numero incluye los siguientes artículos:
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