EDITORIAL: Romper el silencio
La historia ha sido tradicionalmente un arma ideológica del poder, que la utiliza para justificar su existencia. Basta dar un repaso a sus orígenes en la antigua Grecia para ver que su verdadero papel era, y ha sido siempre, el hacer propaganda del poder. Por ello Clio, la musa griega de la historia, lo era al mismo tiempo de las sagas de héroes, y Herodoto, el padre de la historia en occidente, fue acusado por Tucídides de escribir novelas en lugar de análisis, inventándose los datos.
Se dice que la historia es la historia de los vencedores, y basta con repasar el pasado para ver que así es. Roma utilizó la historia para justificar sus brutales campañas militares, eliminando cualquier rastro de la historia de sus enemigos, como Cartago o Dacia, para así destruirlos después de derrotarlos. Es esta una función clave de la historia: mantener la lucha contra los enemigos del poder para asegurarse de que su destrucción es total, ahora y siempre. No es por ello extraño que los historiadores hayan recibido siempre prebendas del poder: Cesar escribió La guerra de las Galias para justificar su conquista, dandole la apariencia de documento oficial, los cronistas medievales eran pagados por la aristocracia para inventarse un pasado acorde con sus deseos, y en nuestros días los Estados se preocupan de archivar documentos que justifiquen en el futuro su política, mientras destruyen los que no convienen.
El anarquismo, como enemigo del poder, poco tiene que esperar de la historiografía, y buena prueba de ello es que su existencia es minimizada o directamente negada en los libros de historia contemporánea de Valladolid. El objetivo de esta revista es romper este silencio.