EDITORIAL: Cuidado con los libertarianos
Los últimos años, y especialmente la reciente dictadura sanitaria, han puesto en evidencia que la incapacidad de reconstruir el movimiento libertario al final del Franquismo y la Guerra Fría no se debe a la acción del Estado mediante montajes como el Caso Scala, sino al colapso intelectual del anarquismo. Basta analizar lo que se discute en sus medios de comunicación y lo que dicen sus intelectuales para ver que carece de alternativas al capitalismo actual.
Si se dejan de lado los artículos sobre la CNT y la revolución del 36, el resto son adaptaciones pintadas de rojo y negro del discurso actual del poder: difusión de la ideología identitaria y apoyo a nacionalismos, defensa de ideas misantrópicas como la liberación animal, o sectarias como el veganismo y la religión del ecologismo apocalíptico, y apoyo al decrecimiento o empobrecimiento voluntario. En cuanto a su análisis de la actualidad/realidad, no va más allá de repetir los análisis de la propaganda del poder y apoyar sus golpes por todo el globo.
Es lógico que así sea: carece de análisis del sistema de poder actual y sus ideas de cómo alcanzar la Icaría son un brindis al sol, ecos de la época en que surgió el anarquismo, producto de la revolución industrial y el choque cultural entre las masas campesinas que alimentaban las fábricas de las ciudades y sus enfrentamientos con una clase burguesa inexperta en la gestión social. Su hegemonía en el seno de la clase trabajadora no tardó en resquebrajarse tras la creación de la socialdemocracia por la pequeña burguesía y la aparición del bolchevismo, defensor de Estado obrero. La puesta en marcha del Estado del bienestar en una sociedad que ya estaba urbanizada y culturalmente adaptada al sistema capitalista maracorn el final del anarquismo como movimiento de masas, y a partir de entonces quedó brain dead; sus restos fueron entonces utilizados por el Capital financiero como arma contra el Capitalismo de Estado, su hermano bastardo, ya fuese en apoyo de movimientos anticomunistas como la insurrección de Hungría en 1956 o Solidarinosc en Polonia, o como apoyo intelectual en la Guera Fría cultural de la CIA.
Hoy día, el Capital financiero hace frente al fin del modelo neoliberal, y sus planificadores, el llamado Estado Profundo (1), son conscientes de las tensiones sociales que se avecinan. Para lograr una transición lo más pacífica posible al “fin de la abundancia” (Macron), siguiendo el modelo de la doctrina del shock están usando dos instrumentos de control social: el miedo a jinetes del apocalipsis como las epidemias, el holocausto nuclear o el apocalípsis climático, y pastorear a la sociedad mediante el argumento del bien común.
La izquierda era el instrumento ideal para lograrlo, y por ello se infiltraron las organizaciones de la izquierda de clase, tras el fin de la Guerra Fría intelectualmente poco más que zombies, transformándolas en la derecha de facto del sistema mediante su adopción de los pilares de la ideología posmoderna: dogmatismo (corrección política), autoritarismo (cultura de la cancelación) e irracionalismo (la confunsión de deseos con realidades). Debido a ello, desde hace una década se observa un fenómeno preocupante: mientras la izquierda abandonaba sus pilares, como el pensamiento crítico, el antiimperialismo o la lucha contra el poder/establishment, la derecha se ha dedicado a adaptarlos a su discurso para poder transformarse en la “izquierda” de facto del sistema.
Hoy día, el sector más “radical” de esta derecha transformada en pseudoizquierda son los llamados libertarianos, que se declaran enemigos del Estado y defensores del individualismo, pero que al mismo tiempo son defensores del mítico “mercado libre” y, como expone Rand en La rebelión de Atlas (Atlas Shrugged, 1957), defienden el liderazgo de los oligarcas sobre la sociedad. Debido a la reconfiguración actual del panorama político europeo implantando el modelo EEUU, los libertarianos podrían intentar sustituir al anarquismo como ideología antisistema en el caos que se avecina, Cuidao pues.
NOTAS
(1) Dominic Cummings, quien fue asesor del primer ministro británico Boris Johnson, ha reconociso la existencia del Estado Profundo (Deep State); según él, “el estado profundo es real... (y) muy bueno, sensato, inteligente”; se trata de funcionarios experimentados que intentan “evitar que los idiotas que ganan elecciones hagan cosas terribles... Muchas de las mejores cosas llevadas a cabo durante la pandemia se deben al Estado Profundo, que frustró los planes del político electo Matt Hancock, (ministro de salud) en beneficio del país”.