viernes, 28 de octubre de 2022

Desde el Confinamiento, N°. 67: Farmafia

EDITORIAL: Luz de gas por doquier


Según Wikipedia, la "Luz de gas" es "un tipo de abuso psicológico en la que se hace a alguien cuestionar su propia realidad.​ Consiste en negar la realidad, dar por sucedido algo que nunca ocurrió o presentar información falsa con el fin de hacer dudar a la víctima de su memoria, de su percepción". El término tiene su origen en la obra de teatro Gas Light (1938), en la que un marido intenta convencer a su esposa de que está loca bajando las luces encendidas por gas en su casa, y luego negando que la luz cambia cuando su esposa lo señala.


El término es hoy más actual que nunca, como hemos visto tras la comparecencia ante el parlamento europeo de Janine Small, responsable de Pfizer de medicamentos para los países más avanzados económicamente, que son también los que han impuesto una dictadura del terror hipocondríaca. Ante la pregunta de si Pfizer había realizado alguna prueba para determinar si la vacuna prevenía la transmisión del Covid, Small dijo rotundamente “No”, para decir a continuación, riéndose, que a pesar de ello pusieron a la venta su medicamento porque tenían que “avanzar a la velocidad de la ciencia”.


De esta forma quedaba eliminado de un plumazo el pilar ideológico de los pasaportes Covid, que sirvieron para imponer un apartheid contra quienes nos negamos a inyectarnos las “vacunas”. Pues bien, no han tardado nada los guardianes de la verdad del Poder para salir inmediatamente a gritar que “nunca se dijo” que las vacunas impidieran la infección. Basta echar un vistazo a las redes sociales y buscar para encontrar infinidad de ejemplos de “expertos” asegurando que las supuestas vacunas “rompen la cadena de transmisión” o “evitan el contagio”, que por cierto pueden encontrarse en la cuenta de twitter de Pfizer, o en declaraciones del jefe de BioNTech, la empresa alemana que creó el medicamento inyectable de Pfizer.





Más importante que esta falsificación de la realidad ha sido el cambio de la definición de la palabra “vacuna” para poder aplicárselo a medicamentos inyectables que hay que inyectarse contínuamente (el gobierno inglés lo comparaba con recargar el móvil). En realidad, las supuestas “vacunas” son, según Stefan Oelrich, presidente de la división de productos farmacéuticos de Bayer, “un ejemplo de terapia genética y celular... (que) hace 2 años tenía una tasa de rechazo del 95%”.


Teniendo en cuenta que es la primera vez que se aprueba el uso (de emergencia) de terapias genéticas de ARNm; que Moderna, empresa creada para producir medicamentos ARNm y responsable de una de las dos “vacunas” más usadas, nunca antes había sacado al mercado un medicamento; o que Pfizer, la responsable de la “vacuna“ más vendida es una empresa que colecciona multas de cientos y miles de millones por sus prácticas mafiosas; por todo ello, sería lógico haber hecho lo que todo experimento sanitario requiere: consentimiento informado, receta, indemnizaciones por efectos secundarios,  seguimiento personalizado... Nada de esto se ha llevado a cabo.


Ahora -y no en el primer año de la pandemia, cuando los virus son más dañinos. Ahora, se dispara el número de personas que mueren repentinamente, la mortalidad infantil, hay una epidemia de cáncer nunca vista entre la juventud, así como un número impresionante de muertes por problemas cardiovasculares... Todos estos están reconocidos como posibles efectos secundarios de la vacuna (hay más de 200). Pero el tema es tabú, y mientras la gente cada vez se vacuna menos, desde el poder se asegura que “es el calor/cambio climático”, “los videojuegos", “dormir mucho”. El experimento genético, por supuesto, no es responsable de nada: ni siquiera existe.


martes, 11 de octubre de 2022

Desde el Confinamiento, N°. 66: Mad Max. Egoismo y anarquismo

EDITORIAL: La necesidad del egoismo


Ahora que el capitalismo del pánico está desmontando el chiringuito del Coronavirus/COVID de manera acelerada, y sustituyéndolo por otro basado en la carestía y el miedo al holocausto nuclear, no está de más recapacitar sobre aquello de lo que hemos sido testigos durante más de 2 años. Usando como chantaje moral el supuesto bien común sobre nuestro derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, se ha impuesto un apartheid a quienes no se vacunaban (el pasaporte Covid), a pesar de que las personas vacunadas también infectaban a otras, porque las “vacunas” no inmunizaban; se ha obligado a los niños a someterse a unas medidas demenciales para “no matar a los abuelos”, impidiendo el desarrollo normal de sus capacidades y debilitando su sistema inmunitario de manera grave; y además se les ha vacunado, a pesar de no ser grupo de riesgo, y a pesar de que el riesgo de sufrir efectos secundarios era mayor al de sufrir problemas por el virus mismo.


A la juventud, que tampoco era grupo de riesgo, se la ha sometido a una demencial campaña de mobbing mediático para romper su resistencia a vacunarse. Y a los ancianos, que si son un grupo de riesgo, se les ha convertido la vida en un infierno, mediante la combinación de una soledad forzada “por su bien”, que ha provocado el deterioro acelerado de sus capacidades cognitivas y ha llevado a que algunos hayan pedido morir mediante la eutanasia por no poder soportar una vida vacia y centrada en un terror constante.


Y ahora, tras más de dos años sometidos a este régimen de terror “por el bien común”, empieza a reconocerse lo que “no se podía saber”: que las empresas farmacéuticas no son de fiar, y menos aún Pfizer, la empresa que ha recibido la mayor multa de la historia por mentir, sobornar y verder medicamentos que no solo no valían para nada, sino que eran dañinos para los pacientes. Y que las supuestas vacunas no eran tales, ya que -como denunció The Lancet a finales de 2021- los test que habían realizado demostraban que ni impiden infectarse, ni infectar a otras personas, ni morir por el virus: de hecho, al final casi todo el mundo se ha acabado infectando, lo que demuestra una vez más que hay que tener cuidado con la soberbia de los “científicos”, que se creen capaces de domar a la naturaleza. Y, por si fuera poco todo esto, cada vez se conocen más efectos secundarios graves, que ya han provocado la muerte de miles de personas en occidente; y, debido a que las terapias genéticas con ARNm nunca se habían probado en seres humanos, está por ver que sorpresas nos deparan los próximos años. 


Pero lo peor de todo ha sido la condena colectiva del pensamiento crítico: cualquier persona que cuestionase medidas que eran irracionales, como las que eran mero “teatro pandémico”, han sufrido el rechazo general, y muy especialmente de la izquierda, movimiento anarquista incluido, convertidos de la noche a la mañana en defensores de un aquelarre de autoritarismo, obediencia al poder y defensa de dogmas indiscutibles surgidos de de las bocas de supuestos “expertos”, que nos decían era ciencia.


Por ello, y por los tiempos que se avecinan, es más necesario que nunca el egoismo, entendido como defensa de los intereses del individuo frente a las imposiciones de una sociedad crecientemente autoritaria, sumisa e irracional.


martes, 4 de octubre de 2022

Desde el Confinamiento, N°. 65: Pornografía y revolución

 EDITORIAL: El poder contra la pornografía


En una nueva vuelta de tuerca puritana, el Boletín Oficial de las Cortes Generales publicó el pasado viernes 27 de mayo una “Proposición de Ley Orgánica por la que se modifica la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal, para prohibir el proxenetismo en todas sus formas”. Esta propuesta del PSOE pretende introducir un Artículo 187 en el Código Penal, cuyo punto 1 dice “El hecho de convenir la práctica de actos de naturaleza sexual a cambio de dinero u otro tipo de prestación de contenido económico, será castigado con multa de doce a veinticuatro meses”. Debido a su ambigua redacción, esta proposición podría utilizarse para ilegalizar todo tipo de producción de imágenes pornográficas en la que medie dinero.


El alcance de esta iniciativa va mucho más allá de las imágenes. Como señala la actriz porno Silvia Rubí, “lo único que haría esta ley es coartarnos la libertad de creación. Llegaría incluso a afectar a las editoriales. Si quiero escribir mis memorias, hablaría de pornografía, con contenido sexual y explícito. ¿Esto también lo van a prohibir?”. Ante las discusiones provocadas por su iniciativa prohibicionista, el PSOE ha asegurado que su objetivo es combatir la trata y no la industria del porno; pero la excusa de “combatir la trata” se ha utilizado recientemente para prohibir la prostitución en su conjunto, aunque el 85% de las prostitutas no tienen nada que ver con la trata, por lo que se puede esperar lo peor (ver revista Amor y Rabia Nº 71, Contra el estigma de la prostitución).


Esta persecución de la prostitución y la pornografía son nuevas señales de un creciente autoritarismo en occidente, que crece de manera paralela a la expansión imparable del puritanismo entre la izquierda. En todo esto se pone de manifiesto que la hegemonía de EEUU no es tan sólo financiera o militar, sino también cultural e ideológica. Desde la implosión de la vía autoritaria al comunismo y el fracaso del anarquismo en crear un discurso y análisis propio, la izquierda occidental se ha convertido de facto en una colonia cultural del Partido Demócrata de EEUU. Sus líneas básicas son fáciles de reconocer: eliminar la lucha de clases como base de cualquier análisis social, balcanizar la sociedad fragmentándola en grupos definidos por supuestas identidades interclasistas enfrentadas, utilizar constantemente el pánico (a una crisis económica, ecológica, nuclear, sanitaria, etc.) para imponer medidas que -sorpresa, sorpresa- siempre favorecen al Capital, combatir el espíritu critico con la excusa de la supuesta “falta de tiempo” para hacer frente a las “crisis” y, sobre todo, fomentar la censura y el mobbing contra toda disidencia. El final de la “sociedad del bienestar”, el Mundo feliz de Huxley, avanza hacia el 1984 de George Orwell con apoyo de toda la izquierda.