EDITORIAL: Luz de gas por doquier
Según Wikipedia, la "Luz de gas" es "un tipo de abuso psicológico en la que se hace a alguien cuestionar su propia realidad. Consiste en negar la realidad, dar por sucedido algo que nunca ocurrió o presentar información falsa con el fin de hacer dudar a la víctima de su memoria, de su percepción". El término tiene su origen en la obra de teatro Gas Light (1938), en la que un marido intenta convencer a su esposa de que está loca bajando las luces encendidas por gas en su casa, y luego negando que la luz cambia cuando su esposa lo señala.
El término es hoy más actual que nunca, como hemos visto tras la comparecencia ante el parlamento europeo de Janine Small, responsable de Pfizer de medicamentos para los países más avanzados económicamente, que son también los que han impuesto una dictadura del terror hipocondríaca. Ante la pregunta de si Pfizer había realizado alguna prueba para determinar si la vacuna prevenía la transmisión del Covid, Small dijo rotundamente “No”, para decir a continuación, riéndose, que a pesar de ello pusieron a la venta su medicamento porque tenían que “avanzar a la velocidad de la ciencia”.
De esta forma quedaba eliminado de un plumazo el pilar ideológico de los pasaportes Covid, que sirvieron para imponer un apartheid contra quienes nos negamos a inyectarnos las “vacunas”. Pues bien, no han tardado nada los guardianes de la verdad del Poder para salir inmediatamente a gritar que “nunca se dijo” que las vacunas impidieran la infección. Basta echar un vistazo a las redes sociales y buscar para encontrar infinidad de ejemplos de “expertos” asegurando que las supuestas vacunas “rompen la cadena de transmisión” o “evitan el contagio”, que por cierto pueden encontrarse en la cuenta de twitter de Pfizer, o en declaraciones del jefe de BioNTech, la empresa alemana que creó el medicamento inyectable de Pfizer.
Más importante que esta falsificación de la realidad ha sido el cambio de la definición de la palabra “vacuna” para poder aplicárselo a medicamentos inyectables que hay que inyectarse contínuamente (el gobierno inglés lo comparaba con recargar el móvil). En realidad, las supuestas “vacunas” son, según Stefan Oelrich, presidente de la división de productos farmacéuticos de Bayer, “un ejemplo de terapia genética y celular... (que) hace 2 años tenía una tasa de rechazo del 95%”.
Teniendo en cuenta que es la primera vez que se aprueba el uso (de emergencia) de terapias genéticas de ARNm; que Moderna, empresa creada para producir medicamentos ARNm y responsable de una de las dos “vacunas” más usadas, nunca antes había sacado al mercado un medicamento; o que Pfizer, la responsable de la “vacuna“ más vendida es una empresa que colecciona multas de cientos y miles de millones por sus prácticas mafiosas; por todo ello, sería lógico haber hecho lo que todo experimento sanitario requiere: consentimiento informado, receta, indemnizaciones por efectos secundarios, seguimiento personalizado... Nada de esto se ha llevado a cabo.
Ahora -y no en el primer año de la pandemia, cuando los virus son más dañinos. Ahora, se dispara el número de personas que mueren repentinamente, la mortalidad infantil, hay una epidemia de cáncer nunca vista entre la juventud, así como un número impresionante de muertes por problemas cardiovasculares... Todos estos están reconocidos como posibles efectos secundarios de la vacuna (hay más de 200). Pero el tema es tabú, y mientras la gente cada vez se vacuna menos, desde el poder se asegura que “es el calor/cambio climático”, “los videojuegos", “dormir mucho”. El experimento genético, por supuesto, no es responsable de nada: ni siquiera existe.