EDITORIAL: La necesidad del egoismo
Ahora que el capitalismo del pánico está desmontando el chiringuito del Coronavirus/COVID de manera acelerada, y sustituyéndolo por otro basado en la carestía y el miedo al holocausto nuclear, no está de más recapacitar sobre aquello de lo que hemos sido testigos durante más de 2 años. Usando como chantaje moral el supuesto bien común sobre nuestro derecho a decidir sobre nuestro cuerpo, se ha impuesto un apartheid a quienes no se vacunaban (el pasaporte Covid), a pesar de que las personas vacunadas también infectaban a otras, porque las “vacunas” no inmunizaban; se ha obligado a los niños a someterse a unas medidas demenciales para “no matar a los abuelos”, impidiendo el desarrollo normal de sus capacidades y debilitando su sistema inmunitario de manera grave; y además se les ha vacunado, a pesar de no ser grupo de riesgo, y a pesar de que el riesgo de sufrir efectos secundarios era mayor al de sufrir problemas por el virus mismo.
A la juventud, que tampoco era grupo de riesgo, se la ha sometido a una demencial campaña de mobbing mediático para romper su resistencia a vacunarse. Y a los ancianos, que si son un grupo de riesgo, se les ha convertido la vida en un infierno, mediante la combinación de una soledad forzada “por su bien”, que ha provocado el deterioro acelerado de sus capacidades cognitivas y ha llevado a que algunos hayan pedido morir mediante la eutanasia por no poder soportar una vida vacia y centrada en un terror constante.
Y ahora, tras más de dos años sometidos a este régimen de terror “por el bien común”, empieza a reconocerse lo que “no se podía saber”: que las empresas farmacéuticas no son de fiar, y menos aún Pfizer, la empresa que ha recibido la mayor multa de la historia por mentir, sobornar y verder medicamentos que no solo no valían para nada, sino que eran dañinos para los pacientes. Y que las supuestas vacunas no eran tales, ya que -como denunció The Lancet a finales de 2021- los test que habían realizado demostraban que ni impiden infectarse, ni infectar a otras personas, ni morir por el virus: de hecho, al final casi todo el mundo se ha acabado infectando, lo que demuestra una vez más que hay que tener cuidado con la soberbia de los “científicos”, que se creen capaces de domar a la naturaleza. Y, por si fuera poco todo esto, cada vez se conocen más efectos secundarios graves, que ya han provocado la muerte de miles de personas en occidente; y, debido a que las terapias genéticas con ARNm nunca se habían probado en seres humanos, está por ver que sorpresas nos deparan los próximos años.
Pero lo peor de todo ha sido la condena colectiva del pensamiento crítico: cualquier persona que cuestionase medidas que eran irracionales, como las que eran mero “teatro pandémico”, han sufrido el rechazo general, y muy especialmente de la izquierda, movimiento anarquista incluido, convertidos de la noche a la mañana en defensores de un aquelarre de autoritarismo, obediencia al poder y defensa de dogmas indiscutibles surgidos de de las bocas de supuestos “expertos”, que nos decían era ciencia.
Por ello, y por los tiempos que se avecinan, es más necesario que nunca el egoismo, entendido como defensa de los intereses del individuo frente a las imposiciones de una sociedad crecientemente autoritaria, sumisa e irracional.
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