EDITORIAL: Recuperar el pasado
Desde que se acuñase el término “Fachadolid” para referirse a Valladolid, sus habitantes hemos tenido que soportar ese sanbenito al viajar por el resto de España, sufriendo en muchos casos la desconfianza e incluso rechazo por parte de personas de izquierda. Además de ser rechazable per se, al ser injusto hacer cargar con la culpa de crímenes a personas que no han tenido nada que ver con ellos, en nuestro caso es más injusto por ser mentira.
“Fachadolid” condena al olvido a quienes se enfrentaron con las bandas fascistas durante la llamada Transición; borra de la memoria a quienes tuvieron que aprender a solas a organizarse de manera clandestina para resistir al fascismo y el Capital porque las organizaciones tradicionales había sido destruidas; silencia las voces de quienes se organizaron para luchar contra el Franquismo al acabar la guerra civil; y, sobre todo, se burla de las víctimas de las masacres llevadas a cabo contra la población civil por las bandas de matones fascistas, que comían churros y bailaban mientras cantidades interminables de personas de izquierdas -o sospechosas de serlo- eran ejecutadas ante sus ojos, un espectáculo repugnante digno de los peores tiempos de la Inquisición, que ya sufrió Valladolid bajo Felipe II al ser un nido de “herejes”.
Quienes tenemos la suficiente edad recordamos haber visto el miedo en los ojos, como aquel afilador a finales de los 80, que al hablar de las masacres bajaba la voz y miraba a su alrededor; haber oido las historias de fosas comunes de fusilados encontradas en los Montes Torozos al hacerse obras en el aeropuerto de Villanubla, o sobre explosiones de violencia entre los descendientes de las víctimas y de los verdugos en las fiestas los pueblos, porque el pasado en las familias nunca pasa del todo; o haber oido la dignidad en la boca de aquel vendedor de bocadillos, hijo de un alcalde del PSOE fusilado por el fascismo, que se negó a poner su apellido en una candidatura para no mancillar la memoria de su padre.
“Fachadolid”, en fin, es un término hijo del olvido de las víctimas del fascismo y de quienes lucharon contra el, y carece de base histórica alguna, más allá de la calenturienta mente de su inventor. Digno heredero de las mentiras con las que nos han machacado los propagandistas franquistas, es necesario erradicar esa palabreja, esa losa que quiere evitar que recuperemos el pasado, nuestro pasado, censurado, manipulado y destruido sistemáticamente. Desde estas páginas vamos a desenterrar, poco a poco, esa historia olvidada de nuestra ciudad.
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