Acostumbrados como estamos a la propaganda, más aún en fechas próximas a las celebraciones navideñas, puede parecer difícil explicar qué es la «caridad» y por qué juega un papel importante en el mantenimiento de un orden social como el que sufrimos. La imagen de Teresa de Calcuta acogiendo «intocables» moribundos o la de comedores de la Iglesia en los que vemos crecer las colas todos los días chocan frontalmente con la imagen de Emilio Botín disfrutando de la Fórmula 1 o los resultados bursátiles de las grandes empresas sobre el parquet del Paseo del Prado. El aparente juego malabar de establecer una relación entre las dos cosas se convierte, a poco que se preste atención, en algo más parecido a los eslabones de una gran cadena firmemente soldada.
Empecemos por el principio, ¿qué es la caridad? La caridad es un precepto religioso que sólo puede ejercerse en una sociedad dividida en clases sociales. En su propia definición lleva implícita una desigualdad social asumida, pues obliga al creyente a entregar sus bienes a quienes carecen de lo que a él le sobra. Todas las religiones, como buenos somníferos que contribuyen a la paz social, incluyen este mandato entre las órdenes de su dios. En el Cristianismo es una de las tres virtudes teologales junto a la Esperanza (un pecado en la Grecia Clásica) y la Fe. En el Islam toma el nombre de Zakat y en el judaísmo el de Tzezaka, que establece ocho niveles distintos de «calidad» de la misma a la hora de cumplir con Dios. Dependerá de la mayor o menor voluntad de quien entrega la caridad así como del anonimato o conocimiento de los implicados en el proceso. En el caso del budismo se llega hasta a exigir que se entregue incluso lo necesario para uno mismo.
Esta aparente forma de redistribución de la riqueza exige unas posiciones y tiene unas consecuencias para los participantes que es necesario tener en cuenta para valorar en su justa medida lo que la limosna lleva implícito, incluso si, haciendo un esfuerzo, no queremos dudar de sus intenciones.
A pesar de todos los discursos sobre el desinterés de esta práctica, no puede haber tal desinterés cuando se está actuando por mandato directo de dios y la desobediencia, según cualquier precepto religioso, se castiga eternamente. En ocasiones, donde no se mantiene una creencia, juegan un papel importante los sentimientos de satisfacción personal o directamente la rentabilidad publicitaria cuando la acción caritativa es de una envergadura considerable. Evidentemente, son quienes se ven en posesión de la riqueza concentrada aquellos cuya situación permite donaciones verdaderamente efectivas y sobretodo visibles.
Pero quizá la principal razón por la que la élite social impulsa la caridad es porque el sistema socioeconómico no va a ser puesto en tela de juicio. Demos de comer al pobre, pero que nadie pregunte por qué no puede hacerlo por sí mismo, parece ser la máxima.
Aquél que recibe esta acción caritativa tampoco está autorizado a hacerse preguntas. Su papel queda relegado al de un mero instrumento de la voluntad divina y objeto para que otro desarrolle la caridad en los términos que acabamos de explicar. La consecuencia para quienes se ven obligados por las circunstancias a sobrevivir de la dádiva es que como mínimo deberá asumir el rol pasivo que se le adjudica y someterse al modelo social que le ha llevado a esa miseria, culpabilizándose con frecuencia a sí mismo de su suerte. La destrucción de la personalidad que esto supone es incalculable, y esta desactivación de la contestación social que podrían suponer los «pobres» es para las élites uno de los valores más importantes de la caridad.
Sabiendo que la mayor parte de las organizaciones dedicadas a la caridad (y por supuesto las más importantes) pertenecen a la Iglesia Católica, no se puede desdeñar tampoco el adoctrinamiento religioso que la caridad supone debido a la natural gratitud desarrollada por quienes reciben aquello que necesitan. Esto no viene sino a reforzar la resignación a las condiciones de vida impuestas por cuanto quien espera algo en la prometida «otra vida» adormece la voluntad de conseguirlo en ésta.
Pero, ¿esa es la voluntad de la Iglesia? ¿Cuál ha sido su actitud histórica ante las propuestas de acabar con el sistema social que produce una legión de pobres? Todo el empeño de esta institución ha sido defenderlo con uñas y dientes por todos los medios a su alcance. Esto es lo que se deduce de un vistazo a las encíclicas elaboradas por el papado en la segunda mitad del siglo XIX. «Quanta Cura», elaborada en 1864 por Pío IX, está repleta de condenas entre las que destacan la dirigida contra la libertad de expresión y contra la libertad de culto. Bajo la idea de que estas libertades no son más que la libertad de «perdición», y una vez establecida que la única fuente de verdad es la religión católica, se ahoga toda voz que cuestione el poder.
De igual forma, León XIII dicta la «Rerum Novarum» en 1891, acusando al socialismo (generalizando a todas sus corrientes, entre ellas el anarquismo) de empeorar la condición de los trabajadores. Asimismo defiende sin rubor la propiedad privada «con derecho estable y perpetuo». «Se halla en la misma ley natural el fundamento y razón de la división de bienes y de la propiedad privada», llega a decir. Si esta es la posición de la institución religiosa más grande del mundo que impulsa de manera activa la práctica de la caridad, queda claro que ésta última no viene a romper el yugo que establece esa misma propiedad privada que defienden férreamente. Oscar Wilde apreció la hipocresía de este comportamiento: «Es inmoral usar la propiedad privada a fin de aliviar los terribles males que resultan de la misma institución de la propiedad privada. Es a la vez inmoral e injusto» (El alma del hombre bajo el socialismo, 1898).
Pero en el caso de las religiones lo inmoral se relativiza a medida que se asciende en la escala social, y la justicia no es un valor a aplicar en este mundo. Atendiendo al comportamiento de dos de las instituciones caritativas más importantes, y de una de las ONGs más carismáticas relacionadas con la Iglesia, nos podremos hacer una idea de lo expuesto anteriormente.
Cáritas es una organización internacional que trabaja en cerca de 200 países con 162 sucursales. Una de ellas es la que desarrolla su actividad en España, con 6.000 organismos en parroquias y 68 en obispados. A pesar de su vinculación estatutaria a la Iglesia Católica, sólo un 2% de su financiación proviene de ella. Alrededor de un 40% del dinero procede de subvenciones públicas y el resto de empresas y donantes privados.
Uno de sus principales mecenas ha sido Amancio Ortega, dueño de Inditex, que entregó a la organización 20 millones de euros en octubre de 2012, la mayor donación realizada a una ONG. Este acto de caridad ocupó primeras páginas de todos los diarios nacionales, así como minutos de oro en los informativos de radio y televisión, una publicidad nada desdeñable en los tiempos que corren. Lo que no ocupó el tiempo noticiable fueron las inspecciones que el gobierno brasileño llevó a cabo en fábricas que suministran el 90% de la ropa a Inditex. Allí se liberaron a 15 personas en lo que se calificó de «semiesclavitud» y se levantó acta de la presencia de niños. De igual modo Inditex ha tenido que hacer frente a numerosas denuncias por condiciones de trabajo similares en Argentina.
En el mismo grupo de grandes personalidades «filantrópicas» podríamos incluir a Joan Roig, dueño de la cadena de supermercados Mercadona, que suministró 42.000 kilos de comida a través de un convenio firmado con Cáritas. Al mismo tiempo, el señor Roig impulsaba en los medios con comentarios grotescos la reforma laboral que Fátima Báñez llevó al Congreso para su aprobación en 2012. Para Roig, nuestro «derroche» ha sido una de las causas de lo que han llamado «crisis económica», insta a «desincentivarnos» de usar la Sanidad, la Educación y la Justicia como se ha hecho con las bolsas de plástico, y hay que alabar el esfuerzo laboral de los bazares chinos como ejemplo que deberíamos seguir, además de teorizar sobre la necesidad de rebajar las condiciones de vida de los trabajadores (aún más, se entiende) si no queremos «esforzarnos más». A pesar de aparecer constantemente como empresa modelo del sector, no sólo por la obtención en 2012 de unos beneficios de 508 millones de euros, sino por su compromiso ético, Mercadona es una de las empresas más condenadas por acoso laboral a las mujeres, obstaculizando las bajas por maternidad e incapacidad y acumulando decenas de sentencias por abuso. Evidentemente no le ha venido mal una campaña de imagen.
El ex-ministro de Asuntos Exteriores de Aznar, Abel Matutes, con una larga trayectoria política enraizada en el franquismo y un imperio de hoteles y compañías de transporte, da nombre a la fundación que dirige su familia, que entregó 60.000 euros a Cáritas y otras organizaciones. También obtuvo pingües beneficios de una parcela comprada justo el día anterior de su expropiación por el Consejo Insular, que indemnizó generosamente. En sintonía con este tipo de movimientos sospechosos ha estado la actividad de una de sus hijas, Stella Matutes, imputada por tráfico de influencias como consejera de Vías y Obras, al recalificar terrenos donde las empresas familiares proyectaban edificar. Su actividad destructiva del patrimonio ecológico de Ibiza con la construcción de hoteles de su grupo y el impulso de autopistas ha sido una constante como método de amasar una fortuna y posteriormente ejercer la caridad.
La colaboración de la clase política madrileña con Cáritas, a través de Ignacio González, se escenificó en la entrega de mil viviendas del IVIMA (Instituto de la Vivienda de Madrid). Que el organismo dedicado a facilitar el acceso a la vivienda haga dejación de funciones en manos de una organización de caridad es el ejemplo más claro de la idea de justicia social que tienen. Siendo conscientes de que ningún organismo público ni responsable político alguno ha cumplido nunca con la obligación de que nadie esté en la calle habiendo viviendas vacías, la «clave de bóveda» de la maniobra es que al IVIMA se le pueden exigir responsabilidades por ello, pero a Cáritas no. Por si el asunto no era suficientemente vergonzoso, antes de la entrega desalojaron a gente de algunas de las viviendas que Cáritas afirma tener la intención de alquilar (a unos 200€)… ¡a familias desahuciadas!
En el plano internacional Cáritas ha sido puesta en tela de juicio en más de una ocasión. Los machetes enviados por la organización a Ruanda, utilizados en el genocidio de 1994, y la colaboración con los asesinos de Madeleine Raffin, responsable de Cáritas en la región de los Grandes Lagos, han sido algunas de las acusaciones que detalla Jean-Paul Gouteux en su libro Apología de la blasfemia. En la recta final de las guerras que trocearon Yugoslavia a finales de los años 90, los camiones de Cáritas Internacional fueron utilizados para transportar armas desde el puerto de Ancona hasta el norte de Albania como publicó en su día el Corriere de la Sera.
En marzo de 2013 ha renovado por cuatro años más la presidencia de Cáritas española Rafael del Río Sendino, el que fue Director General de la Policía entre enero del 83 y noviembre del 86 y Director de Seguridad de Iberia posteriormente. En el cuerpo desde 1962, fue ascendido por José Barrionuevo, y estuvo en el ojo del huracán durante la investigación sobre los GAL, siendo interrogado por las circunstancias que rodearon el asesinato de Santiago Brouard, y llegando a un punto en que la acusación popular pidió su encarcelamiento por encubrir el terrorismo de Estado. Sus faltas de memoria fueron también noticia durante la investigación de la desaparición de Santiago Corella, el «Nani». Desde luego, teniendo en cuenta quién dirige la institución poco puede sorprender quién colabora con ella.
Intermón & Oxfam
En este caso, bajo una apariencia totalmente laica y una actividad de proyectos de cooperación, «comercio justo» y denuncia social, se encubre el control más o menos directo de la Compañía de Jesús (su nombre original fue «Secretariado de Misiones y Propaganda de la Compañía de Jesús») y la colaboración en el «Consejo Asesor» de algunos de los principales responsables de la situación social que sufrimos.
El nombre de Antonio Gutiérrez, ex-secretario general de CCOO, ex-diputado del PSOE y ex-asesor de la Fundación Caja Madrid, será conocido por muchos, aunque es probable que no tantos se acuerden de que fue el responsable en el año 97 de un acuerdo con el primer gobierno de Aznar por el que se redujo la indemnización por despido, por poner un solo ejemplo.
Ramón Forn sin embargo es un nombre que no sonará a nadie. Este asesor de Intermón, relacionado con ESADE, es socio-director de McKinsey Spain, consultoría que lo mismo hace informes para Iberia relacionando salarios y productividad que justifiquen los últimos ataques de la compañía contra los trabajadores, que analiza sistemas sanitarios, como hizo en 2001, para acabar concluyendo (¡cómo no!) que era necesaria la introducción del sector privado en el sistema sanitario público. Mckinsey también recomendaba «complementar» las coberturas con seguros privados.
Pero los casos de Inocencio Arias y de Rafael Arias Salgado formando parte del consejo asesor de Intermón son especialmente sangrantes. Inocencio Arias fue Director General del Real Madrid y durante su estancia en la entidad deportiva los neonazis de Ultrasur se paseaban con total libertad por las instalaciones compadreando incluso con la directiva, que les compraba la lotería de navidad, a pesar de las decenas de sentencias acumuladas por agresiones y tenencia ilícita de armas. Pero si por algo se le recuerda es por ejercer de embajador en la ONU del gobierno cuando Aznar envió tropas a Irak, aventura neocolonial que ha defendido siempre como «legal y legítima».
Rafael Arias Salgado, además de ser hijo de un ministro franquista y de presidir PROSEGUR entre el año 83 y 85, fue el ministro de Fomento que en abril del 98 desarrolló la famosa Ley del Suelo, con las consecuencias sobre los precios de la vivienda conocidas por todos. Hoy preside Carrefour España (razón por la que no es extraño encontrar los productos de Intermón en sus estantes) y World Duty Free Group, empresa que se ha hecho con la concesión de las tiendas «Duty Free» de 11 aeropuertos españoles, entre ellos Barajas. Esta gestión le pertenecía a la empresa pública ALDEASA hasta que su colega Rodrigo Rato la privatizó cuando ambos eran ministros.
Con este «material humano» no es extraño que el «comercio justo» que patrocina haya caído rápidamente en manos de multinacionales como Carrefour, o que hayan suscrito convenios con Sol Meliá, propiedad de la familia Escarrer (una de las 10 fortunas más grandes de España), que construye en México en zonas de alto valor ecológico, enajena el agua potable en Costa Rica para regar campos de golf como el del Resort Paradisus en Playa Conchal, devasta bosques de manglar y presiona a los gobiernos para que deroguen las leyes de protección de estos ecosistemas, por no hablar de la explotación semiesclavista de sus trabajadores.
Creo que se puede convenir sin esfuerzo que si esta gente es la que asesora a la ONG es imposible que su acción vaya encaminada a nada que se parezca a la justicia ni a la igualdad, siendo responsables de la brecha social abierta en sentido opuesto a esos términos.
Pero sin duda la institución caritativa más mediática últimamente es la FESBAL. A esto ayudó el premio Príncipe de Asturias a la Concordia en 2012 votado por un jurado en el que se encontraban Rodrigo Rato y Alicia Koplowitz entre otros. Como vemos, la presencia de estos sujetos en el impulso caritativo es constante, y una muestra más es el nombramiento de la señora Ana Botella como presidenta honorífica del Banco de Alimentos de Madrid. Aprovechando su nombramiento impulsó la inversión de su patrimonio en la SICAV Gescartera en el año 2001.
La FESBAL tiene una vinculación con el Opus Dei estrecha. El desarrollo de la organización fue gracias al impulso de un empresario barcelonés y del sacerdote de la Obra José María Sanabria, como así lo relata su actual presidente, José Antonio Busto Villa en una entrevista a la web de Torreciudad publicada en la página oficial del Opus. Otro de los indicios de esta relación lo tenemos en que el anterior y el actual presidente del Banco de Alimentos de Valladolid, Mariano Posadas y José María Zárate, son socios supernumerarios.
Conviene saber que la FESBAL no reparte comida directamente a los pobres, algo que con frecuencia se soslaya. En la memoria del Banco de Alimentos de Madrid de 2011 podemos comprobar que son parroquias, conventos y monasterios en más de un 90%. Pero dentro de los pocos centros que no son religiosos podemos sorprendernos al encontrar a dos instituciones antiabortistas, la Fundación Vida y Provida-Alcalá. Tampoco se explica por qué reparten alimentos en el Seminario Redemptoris Mater del Camino Neocatecumenal o en los colegios que los Legionarios de Cristo poseen en El Plantío (Mahadahonda) y en La Moraleja, de mujeres y hombres respectivamente. Lo que sí vemos es que han recibido para ello 40.000 euros de la Comunidad de Madrid, 24.687 del Ayuntamiento de Madrid y 3.100 del consistorio alcalaíno. En el verano de 2012 ya fue un escándalo el hecho de conocerse que en una residencia femenina de Granada regentada por las monjas franciscanas de Nuestra Señora del Buen Consejo estuviesen dando alimentos procedentes de la FESBAL a las niñas a las que cobraban más de 600 euros por alojamiento y manutención.
En definitiva, queda claro que las instituciones religiosas siempre serán firmes defensoras de la autoridad, y por tanto del orden establecido. En ocasiones algunas organizaciones están encubriendo su vinculación a la Iglesia eludiendo así su responsabilidad en la actitud de aquella. La caridad, como hemos visto, está impulsada por quienes sostienen el statu quo, ya que no cuestiona el origen de la pobreza y contribuye a la paz social. Las necesidades básicas para no caer en la exclusión no podemos dejarlas en manos de la misma gente que provoca esa miseria y debemos reinventar mecanismos de solidaridad que atendiendo estas necesidades continúen generando o recuperando conciencia de clase y espíritu de lucha.