A finales del año 1859 era ahorcado John Brown tras su intento fallido de asaltar el mayor arsenal de los EEUU, para repartir armas entre los esclavos del Sur y provocar así una gran rebelión. Brown fue tachado por las mentes «bien pensantes» de loco y fanático (un «terrorista» cómo se definiría hoy día ‘políticamente correcto’), pero le guiaba un gran ideal: la IGUALDAD. Igualdad de todos los seres humanos que no respetaba una institución legal —en su momento— como la esclavitud. Días después, tras rechazar el consejo de los precavidos y temerosos de mantener silencio, Thoreau tuvo el coraje de no callar y pronunció una charla en defensa de Brown. No compartiría sus métodos violentos, pero no los condenó (como muchos pacifistas actualmente hubiesen hecho), porque sería algo superficial y vacuo igualar la violencia de los oprimidos con la de los opresores, no es lo mismo el uso de la fuerza para oprimir a tus semejantes como para liberarlos. El verdadero culpable es el sistema que mantiene esas condiciones injustas. Mientras existiese la esclavitud (como hoy cualquier tipo de explotación) toda respuesta contra ella es válida, Thoreau bien lo sabía.
A Thoreau se le conoce, a través de Tolstoi y Gandhi, como el autor del panfleto DESOBEDIENCIA CIVIL. Una resistencia activa ante las leyes injustas, aunque su defensa de Brown añadía más que la simplista ‘no violencia’. Ante toda ley injusta y abusiva el desacato es norma. Da igual el tipo de gobierno, sea democrático o dictatorial, el poder que se ejerce desde arriba solo existe porque los de abajo lo aceptan y se someten voluntariamente o a la fuerza, lo cual da más poder a unos pocos. Los gobernantes son una minoría que solo representan los intereses de otra minoría influyente, sin tener en cuenta al resto de la población. La desobediencia, la rebelión de las clases populares refuerzan lo que entendemos como verdadera democracia, porque la democracia si no es directa no es tal, para ello es necesaria la participación y decisión de todos, de lo contrario es abuso de autoridad. La democracia formal no es real, la democracia representativa no es verdadera democracia directa, los derechos a la rebelión y la disidencia forman parte del concepto democracia. Thoreau con su actitud y mentalidad no se desentendía de sus obligaciones sociales, como pretenden dar a entender algunos, sino todo lo contrario. Al negarse a pagar impuestos fue porque no cumplían su verdadera función social, que solo servían para sostener una guerra imperialista, un sistema que admitía la esclavitud o a una confesión religiosa de la que no formaba parte. ¿Y se le tilda de individualista?
Su ‘individualismo’ se reduce a lo que cada cual puede hacer por sí mismo, sin necesidad de esperar a lo que hagan los demás, no es una actitud egoísta, como se pretende hacer ver. Mientras la finalidad sea por el bien común, cualquiera puede hacer algo. La organización de las individualidades sería el siguiente paso. El ejemplo es la mejor forma de convencer a los demás, y ese fue su comportamiento político en esencia. Sin moral no hay política que valga, sino sería crematística. Los valores consumistas y mercantilistas prevalentes ya los denunció en sus comienzos. Su amor a la vida salvaje le convierte en un proto-ecologista, ya que reconocía que somos parte de la Naturaleza.
Otro ejemplo suyo digno a tener en cuenta es su rechazo a la guerra de EEUU con México, guerra expansionista de la cual se anexionó la mitad del territorio mexicano; primer paso hacia su hegemonía mundial en nombre de un supuesto «Destino Manifiesto». Acostumbrados que estamos de ver últimamente las consecuencias de tal imperialismo, criticarlo es lógico y necesario, porque quienes nos gobiernan no pueden actuar de esa manera en nombre nuestro y más mostrando una servil condescendencia con la potencia norteamericana a la que están subordinados. Por su actitud hoy día de Thoreau se hubiese dicho que estaba al servicio del gobierno mexicano o que fuese agente del general Santa Anna (acusación similar hacía quienes condenaban los bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia y Libia o la intromisión vergonzosa de Occidente en Siria y Venezuela). Mientras muchos de sus compatriotas, como buenos ciudadanos, sostenían con sus impuestos tal invasión, él se negó a pagarlos y, por ello, fue encarcelado levemente (ya que otra persona pagó «responsablemente» por él). Pero su gesto insumiso ahí dejó constancia. Thoreau también denunció por escrito, en su momento, tal intervencionismo militar, al contrario de otros intelectuales occidentales que en tiempos recientes lo han justificado en nombre de la democracia y los derechos humanos (sabiendo que son otros los intereses), los cuáles (mantenidos por las subvenciones) ni a la suela del zapato le alcanzan desde un punto de vista ético.
Con este número de Desde el Confinamiento os ponemos algo más de un punto de vista político merecedor a tener en cuenta. E invitaros a una nueva relectura de la obra de este disidente americano, que resultó ser también global.
Los textos que incluimos en este numero son los siguientes:
- En Walden, Thoreau no estaba realmente solo con la naturaleza, por John Kaag y Clancy Martin
- La sorprendente persistencia de Thoreau, por Jedediah Britton-Purdy
- Lo que vio Thoreau, por Andrea Wulf
- Corrientes radicales en Norteamérica, desde Jefferson a Thoreau, por Rudolf Rocker
- El movimiento Trascendentalista: Un precedente del anarquismo moderno, por J. F. Paniagua
- El pensamiento libertario de Thoreau, por Juan Claudio Acinas
- John Brown y Henry David Thoreau: La experiencia jacobina en Estados Unidos, por Rafael Rodríguez Cruz
- Transcendentalistas norteamericanos, por Max Nettlau
- Mary Moody Emerson, la mujer que Thoreau llamó la “persona más joven de Concord”, por Noelle A. Baker y Sandra Harbert Petrulionis
- John Brown (un rifle de mayor alcance), por Antonio Casado Da Rocha
- Apología del capitán John Brown, por Henry David Thoreau
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